-Columba Zavala-
Ponencia presentada en el Tribunal Superior de Justicia. México 2018.
Antecedentes
Voy a comenzar con la anécdota de cómo aprendí a andar en bicicleta… Tendría no más de 6 años cuando en el patio de juegos nos reuníamos todos los niños a andar en bicicleta. Uno de ellos, llegó con la novedad de saber andar sin las famosas llantitas que proveen de equilibrio y seguridad, era un triunfo a esa edad deshacerse de ellas y me preguntó enfrente de todos si yo aún las usaba. Se hizo un silencio incómodo, sentí las miradas atentas a lo que respondí: ¡¡¡Pero claro que ya que no uso llantitas!!! Mi amigo replicó: ¡Perfecto! Nos vemos mañana en el patio para una carrera.
Me había metido en problemas, ya que no me había librado aun de las llantitas, es más, ni siquiera lo había intentado antes, ni por la cabeza me había pasado que ya era hora de intentarlo. Al llegar a casa me di cuenta de que había abierto la boca de más, conté mi anécdota y mi papá, a escondidas de los vecinos, me sacó a practicar el sábado muy temprano al parque. Lo logré el cometido, en un tiempo record. Pareciera magia, pero sucede que mi habilidad física estaba altamente motivada por un aliciente emocional-social.
Seguramente todo el mundo tenemos anécdotas de este tipo que nos permiten observar múltiples factores que confluyen en el aprendizaje; este proceso tiene que ver con habilidades físicas, sociales, emocionales, corporales, etc. Éstas experiencias y su posibilidad de desarrollarlas desafortunadamente, no están contempladas en la mayoría de programas académicos. Tan sólo un ejemplo de esto:
“Uno de los principales problemas de la educación tradicional es la anulación del cuerpo como elemento de generación de conocimiento, como si la única parte de nuestra anatomía apta para el aprendizaje fuese la cabeza y el resto de nuestro organismo fuese un mero apéndice.”
Del proyecto
Katapulta, Laboratorio de Experiencias Creativas es un proyecto de educación no-tradicional que está basado en la pedagogía como práctica artística. Es un espacio de aprendizaje y experimentación para todos los que lo conformamos.
Este texto es una reflexión del año y medio de vida que tiene este laboratorio. Está lleno de preguntas ya que considero nuestra labor como un proceso en constante cambio y reformulación a través de un ejercicio de autocrítica, donde no existen verdades absolutas sino premisas, métodos e hipótesis que poner en práctica.
Hemos generado una estructura flexible con la cual trabajar. La práctica diaria influye y moldea esta estructura, así como todos los factores que intervienen en ella: niños, maestros, espacios, padres, invitados, colaboradores, materiales, etc. El reto ha sido cómo generar una forma de trabajo donde tenga cabida la intuición, la improvisación, la traducción y el error. Está es nuestra pregunta diaria.
Nuestros laboratorios son espacios de práctica constante. Tenemos el mismo grupo de trabajo con los niños al menos por un año. Entonces la capacidad de improvisar, la intuición, exploración, experimentación y diversificación de contenidos, son fundamentales, no hay otra manera de sobrevivir a tal empresa sin que surja el aburrimiento, es decir, que las mismas circunstancias nos orillan a utilizar el máximo de recursos creativos.
Cocinamos procesos, hay espacios de ocio y divagación, la evolución no es lineal, regresamos continuamente a los contenidos, los cruzamos con otros campos de aprendizaje, reflexionamos en la práctica misma, y lo más importante construimos un espacio grupal que genere al mismo tiempo intimidad y respeto por lo personal, donde reine la complicidad.
Los laboratorios tienen varios objetivos de carácter cualitativo tales como: seguridad, autoestima, autoconocimiento, capacidad de asombro, exploración, creatividad, socialización, expresión, autonomía e independencia, pensamiento abstracto, entre otros. Tenemos un enfoque transdisciplinario, lo que implica que estamos enfocados en el desarrollo global de los niños y pretendemos superar las barreras entre disciplinas.
De la práctica
Si partimos del hecho de que el proceso de aprendizaje es personal, el reto es cómo resignificar nuestra estadía en el salón de clases, sobre todo al concebirnos como: ¿maestros?, ¿guías? ¿cuál sería la nomenclatura?
Es probable que para los niños sea más sencillo (sobre todo entre los más pequeños). Resulta que podríamos aprender mucho más de ellos al respecto; podemos encontrar formas nuevas de apropiarse del espacio o salón de clases; observamos también formas distintas de socializar mucho más interesantes o creativas a las dinámicas académicas; es natural en los chicos la invención de términos o lenguajes y la apropiación de ellos. La práctica docente en Katapulta, entonces se asemeja al trabajo de una antena que debe canalizar toda esta información y convertirla en material de trabajo, escuchando las necesidades del grupo más allá de lo verbal.
Es así como iniciamos por quitarnos el apelativo de Miss o Maestro, llamar laboratorios a las clases, apelando a una relación equitativa que busca borrar la anquilosada relación alumno-maestro. Los retos de las nuevas pedagogías o de la educación contemporánea no son fáciles.
“Solemos decir que el profesor del siglo XXI tiene que enseñar lo que no sabe. Ahí empieza la innovación. Lo primero que tienen que hacer es desaprender, olvidar los métodos pedagógicos tradicionales. Es muy difícil porque tienen una identidad muy fuerte y se sienten orgullosos de estar al frente de la clase. Creen que mantener el orden y la atención en su discurso es lo que les hace buenos profesores y tal vez sea ese el problema, las lecciones magistrales brillantes. Para que se produzca el cambio tiene que haber una masa crítica de esos adultos en las escuelas que diga basta.”
Esta re-significación nos deja claro que los laboratorios no son clases, pero ¿cómo no perdernos en un mundo de creatividad y libertad? Tenemos que estar conscientes de que la práctica constante es importante; con un enfoque distinto basado en la diversión y el consenso; en la que todos los juegos para ser divertidos tienen reglas, y que las limitaciones producen resultados interesantes. Aquí la transdisciplina entra en juego y puede ser una gran herramienta para la diversificación de contenidos y la profundización de los mismos, nos permite traducir, copiar, repetir y remezclar. De esta manera, estos conceptos, provenientes de la práctica artística contemporánea, se convierten en técnicas de trabajo al alcance de todos.
De los niños, los padres y la sociedad…
Existen diversos personajes dentro de la historia del arte contemporáneo como Tony Conrad, Corita Kent, Jonh Cage, entre muchos otros, que inspiran nuestra práctica y que han logrado borrar las fronteras entre el quehacer artístico y el pedagógico, quizás inclusive sin proponérselo, producen una reflexión sobre la práctica artística y sus implicaciones éticas y políticas. Lo anterior nos revela la importancia de la relación arte-pedagogía, que si bien no es nueva, aún nos queda mucho que aprender de ella.
Uno de los puntos medulares de nuestra labor en Katapulta es el momento en que dialogamos con los padres sobre la importancia de nuestro trabajo y de cómo este quehacer artístico dará frutos en sus hijos y deben invertir en ello. La idea de que la educación artística es solo entretenimiento ha sido difícil de combatir, más aún cuando no somos la típica academia que ofrece una visión conservadora y tradicional; comprobar los beneficios de una educación disruptiva, crítica, introspectiva, de colaboración, de autoconocimiento y muchas veces de contradicción se vuelve apremiante.
“El mundo académico infravalora la formación de los improvisadores y desconfía de los resultados musicales de una negociación artística y social espontánea que implica tolerancia y habilidad para tomar decisiones dentro de un contexto colectivo. Las razones que justifican el rechazo de la improvisación no están basadas en cuestiones de “forma” o de “poética” musical, sino que obedecen más a prejuicios ideológicos derivados de condiciones históricas y sociales.”
La dimensión ética y política…
En diciembre pasado en Katapulta, como parte del laboratorio de invierno, los chicos construyeron un monstruo con materiales reciclados a lo largo de una semana. Todos los días agregaban piezas con un valor simbólico; la mayoría de ellos puso miedos, preocupaciones, retos o cosas que no desean en sus vidas y así el monstruo se volvió grande y resistente. Su destino fue ser destruido entre todos como una actividad catártica de fin de año para poder terminar con todas esas cosas que se fueron acumulando y que a simple vista parecían aterradoras.
Si hiciéramos una analogía de ese monstruo con nuestro actual sistema de aprendizaje, empezaría por amontonar los estándares académicos a los que son sometidos los niños incluso desde preescolar ¿qué herramientas de vida estamos dando a los chicos?, ¿es factible que se armen de ellas y las apliquen en su día a día en una sociedad que a muy temprana edad resulta aplastante con sus estándares homogéneos de evaluación?, ¿cómo situarnos en una sociedad de consumo llena de prejuicios ante la práctica artística? Éstas preguntas serían las piezas de nuestro monstruo, un monstruo que nos confunde, nos desorienta y nos mantiene a la expectativa haciéndonos ajustar la dirección constantemente.
Al final, más allá de lo interesante de las premisas artísticas, no podemos perder de vista la dimensión ética de este reto. Es importante plantearnos una anti-educación que nos permita obtener herramientas para la autocrítica y la reflexión en la búsqueda de catapultar seres humanos libres y felices.
“Ya es algo poder pintar un cuadro particular, esculpir una estatua o, en fin, hacer bellos algunos objetos; sin embargo, es mucho más glorioso esculpir o pintar la atmósfera, el medio a través del cual nos miramos. Influir en la calidad del día: es la más elevada de las artes.”